domingo, 2 de diciembre de 2007

Micronesia( y V), perdido en el Pacífico

Nuestro amigo Nacho Martín (http://www.nosvamosdeviaje.com/) nos ofrece la quinta y última entrega de sus aventuras por el lejano archipiélago de Micronesia...

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Al venir a Chuuk creía que era lo más remoto que podría encontrarme en el Pacífico. Estaba equivocado. Entre las principales islas hay cientos de islas más pequeñas habitadas, esparcidas a todo lo ancho del Océano. El grado en que conservan el modo antiguo de vivir depende de manera inversa a la frecuencia de su contacto con el mundo exterior. He tenido la suerte de pasar unos días en un par de ellas, sintiendo tratado como un verdadero rey, fruto de la hospitalidad isleña. Si así eran tratados los marineros que se aprovisionaban de víveres frescos, no me extraña que al tener que regresar a la vida en el mar causasen más de algún motín.
Houk está al noreste de Chuuk. Es una de las islas más tradicionales y al llegar te frotas los ojos al ver los hombres no vistiendo nada más que su thu cubriéndoles las partes púdicas. Sólo queda espacio para la coquetería en la forma de hacerse el nudo. Las mujeres llevan una falda y nada más. Y uno se encuentra raro en pantalón y camiseta, así que aprovechando una celebración yo también me enfundé en mi thu, fresquísimo por cierto.
Al llegar dejé el reloj y el dinero y no los volví a coger hasta que me fui. El tiempo cobra otra dimensión y el estrés… ¿qué es eso? La naturaleza es generosa por aquí, y no sólo con la temperatura, de deliciosa primavera, si no que provee de cocos, taro y fruta de pan. Eso sobre tierra, porque bajo el agua los peces casi pican sólo con el anzuelo. Que lujo eso de estar jugando a baloncesto en una canasta colgada en una palmera, y cuando eliminan a tu equipo te esperan con un coco recién abierto. Aunque hay que andarse con cuidado de donde te sientas a recuperar el aliento, pues los cocos que no se cogen caen por su propio peso, y a los novatos recostados contra su tronco nos pueden jugar una mala pasada. A mí me cayó a medio metro, pero el susto fue casi como si me hubiera dado de lleno.
Las canoas tradicionales poco a apoco han ido cayendo en el olvido en beneficio de las cómodas motoras que funcionan aunque el viento venga en contra. Pero al darse cuenta de que si se acaba la gasolina se acabó el pescado, están volviendo a construirlas en la parte boscosa de la isla, utilizando las mismas técnicas de hace siglos. Y es que aunque una pequeña avioneta a veces visita la isla, las mercancías llegan en barco un par de veces al año. Por tanto cualquier cosa ajena a la isla es un bien muy preciado. Aquí todavía se utilizan los materiales de construcción que la naturaleza proporciona, y la única comida que viene de fuera es el arroz.

Por la tarde la playa cobra vida y la gente comienza a salir entre las palmeras a darse un baño. Los niños persiguen a unos pequeños tiburones entre risas hasta que los atrapan, sin preocuparse de la mama que esta un poco más adentro. Dando un paseo se me ocurrió agacharme a coger una concha, y a los dos segundos cada niño me estaba dando otra, con lo que en un par de minutos el thu de varios improvisados asistentes estaba lleno de trozos de coral y conchas de regalo.
Al caer la noche no hay mucho que se pueda hacer. Hasta hace unos pocos años los jóvenes se reunían para cantar y bailar en las casas de las canoas junto a la playa, y aprovechaban para conocerse y escaparse a la oscuridad del bosque. Pero con la llegada de la última invención de occidente, la costumbre se ha perdido. No es lo que pensáis. No es la televisión, que en una isla sin electricidad no tiene mucho protagonismo. Hablo del café instantáneo. Ahora la gente va a casa del vecino a tomar café, y los frascos se vacían cada noche a velocidad de vértigo. La velada sólo concluye cuando se acaba el café.
La organización social se basa en el grupo familiar, que reparte responsabilidades y tareas entre todos los parientes, bajo la dirección del jefe del clan, y que redunda en el beneficio de todos los miembros de la comunidad. Algunos miembros salen a pescar y reparten la captura entre toda la familia. Lo mismo pasa con los productos de la tierra, o incluso con los niños. Si una madre tiene muchos niños, le dan el bebe a una chica joven del clan para que lo críe como si fuera su hijo. Hay una anulación del individuo que se diluye en pos del bien común. Incluso un extraño a ese mundo como era yo, rápidamente fui adoptado por la comunidad, y al pasar junto a algún grupo de casas, era saludado con el “ven y come”. Y es que salvo comer y encargar niños poco más hay que hacer.
Las fiestas siempre van acompañadas de grandes comidas, en las que cada clan aporta su cuota. Incluso se pescan unas tortugas para acompañar a los cerdos que han crecido inocentemente atados a una palmera junta la playa. Reunida toda la población, empieza el programa, que es como llaman aquí a los discursos de las personalidades, y que pueden durar un par de horas. Luego se sirven bandejas con suficientes víveres para una semana a las personas importantes, y una vez que decides que has tenido suficiente (vaya susto me lleve cuando vi la mía y apliqué nuestra costumbre de no dejar nada en el plato), se pasa a las mujeres y a los niños que están esperando pacientemente sentadas en el suelo. Pero para recogerlas se mueven en cuclillas, pues la tradición dicta que si hay un familiar en la zona, la mujer tiene que andar en esa área por debajo del hombre. Aunque resulta incomodo para mis ojos occidentales, es su costumbre, y por tanto respetable.
Al sur de Chuuk están las Mortlocks, un conjunto de islas no muy lejanas entre sí, y que entraron en contacto con occidente como punto de aprovisionamiento para los barcos ballener
os, seguido por los misioneros, y que han incorporado más costumbres externas a ellos. Además son atolones, con su laguna protegida por el arrecife de coral. La parte interna ofrece la cara amable del mar, con sus playas de arena y una zona tranquila para pescar, y la parte externa, abierta a la furia del océano, pone el oleaje rompiendo sobre rocas cortantes de coral muerto, dos caras muy distintas de un mismo mundo.
Aquí las islas tienen generadores, e incluso farolas para iluminar la noche. La calle que las recorre longitudinalmente está arreglada, como una avenida a escala, y alguna televisión pone el sonido a la noche, congregando a todo el clan alrededor del último video llegado de Weno. Con la marea baja puedes caminar por el arrecife hasta el siguiente islote de palmeras, donde los cangrejos del coco salen corriendo a poner su sabroso cuerpo a salvo en cuando te ven. Si las ganas acompañan puedes continuar, con la única dificultad de salvar el canal que nutre de agua la laguna con las mareas, y entonces puedes volver al punto de partida. En el camino encuentras todo tipo de criaturas que viven en el arrecife, y los restos de barcos que quisieron verlo demasiado cerca.
Pero la isla de Satawan tiene otros restos esparcidos entre las palmeras y plátanos. Fue base japonesa durante la guerra mundial, y los tanques y aviones están donde los dejaron, rodeados de la vegetación que ha crecido durante sesenta años. A pesar de que las señoras de la isla se han estado haciendo las peinetas con el aluminio del fuselaje de los aviones, todavía se puede tener la sensación de pilotar un zero intentando ver el enemigo entre las plantas de taro.
Pero hay algo que comparten igualmente ambos grupos de islas: la hospitalidad sin límites. Qué maravilla que en el siglo XXI queden lugares en el mundo donde la vida se entienda todavía con los parámetros de siglos atrás. Y que ojala les dure.




Datos prácticos de Micronesia(nota de Editor)

Con una distancia de casi 3500 kilómetros, el archipiélago de Micronesia abarca una área de sólo 720 kilómetros cuadrados y nos 133.144 (est. julio 2000) y cuya capital es Palikir (Pohnpei) . Se localizan en las islas Carolinas, divididas entre Micronesia y Palau. Los Estados Federados de Micronesia están compuestos por 607 islas, las cuales se dividen en cuatro estados: Yap, Chuuk, Pohnpei y Kosrae. Se cree que los habitantes originales de Micronesia llegaron de las Filipinas e Indonesia aproximadamente 1500 años antes de Cristo. En 1521, Magallanes llegó a las islas Marianas y en 1565, España tomó posesión de ellas. En 1899, las islas Carolinas se vendieron a Alemania y después de la Primera Guerra Mundial, la Liga de Naciones le dio un mandato a Japón para administrar las islas. Japón desarrolló la industria minera con éxito, la pesca y la agricultura (principalmente el caña de azucar). Despues de la Segunda Guerra Mundial, la ONU pasó a depender de la administración norteamericana hasta 1986 cuando consiguió su independencia. En las aguas de estas tranquilas islas hay algunos de los mejores pecios (restos de naves naufragadas o hundidas) del mundo y se considera un paraíso, en gran parte por descubrir, para los amantes de la playa y el submarinismo.

Las Naciones Unidas no tienen datos suficientes para valorar las condiciones del país y por lo tanto no puede incluir a Micronesia en el Índice de Desarrollo Humano (IDH), pero podría ocupar alrededor del puesto 132 a la altura de Camboya o Birmania . Los únicos datos fiables indican una esperanza de vida de unos 70 años, un índice de alfabetización del 81% de la población que, en 2007, la componían unas 108.000 personas con una media de edad de 20 años y repartidas por varias islas y atolones cuya superficie, en total es más pequeña que la ciudad de Washington. Según estimaciones oficiales en 2006 existían 16.000 internautas micronesios (en España casi 19 millones).

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